Sabía de memoria cada vidriera, edificio y café en el tramo desde mi casa hasta el autobús. Nunca perdí la oportunidad de mirar mi reflejo en los escaparates al pasar.
Todo cambio aquel
funesto día en que la farmacia vecina, decidió exponer espejos para maquillaje,
en su vidriera.
Curiosa, me acerque para
ver el reflejo de mi rostro aumentado. Sentí vértigo ante la imagen reflejada y
con una rápida mano, me cubrí los ojos. Con la esperanza de haber visto
mal, volví a mirar el espejo para corroborar mi equivocación. Esa guillotina me
devolvió la imagen del rostro cansado de una mujer de mediana edad.
¿ Donde
está mi rostro de piel tensa, ojos abiertos y mandíbula filosa?
¿Cuando me distraje sin darme cuenta de que
mi cuerpo estaba olvidando la fórmula de la juventud?
Comencé a buscar entre
las moléculas más recónditas de mí ser aquella que posea un detonador para
disparar el antídoto a la vejez.
Me asusté cada vez que
me miraba en el espejo y volvía a notar los pequeños e implacables cambios, no
encontré resignación. Una eterna tristeza se apodero de mí, sentí que mi vida
había comenzado un camino sin retorno y sin gloria.
Comencé a maquillarme
cada vez más y a interesarme en cirugía plástica.
Mi marido, otra vez
dormido en el sillón después de la cena, me hacia sentir la persona mas sola e
indeseable del mundo.
Al mirarlo, se me hacia
mas cercana la sonrisa del joven dueño de la farmacia…
Analia Ring
Muy lindo el cuento. Felicitaciones
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