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domingo, 8 de julio de 2012


Un día de sol

Me acuerdo de un día de sol, tan diáfano, trasparente y luminoso que tener los ojos abiertos provocaba dolor. En el cielo brillaba la ausencia de nubes y al azul solo lo cortaba la línea del horizonte.
Fue la primera vez que vi el mar, tenía alrededor de 5 años.
Dejamos el equipaje en el hotel y corrimos a la playa. Papá alquiló una carpa donde prestamente nos cambiamos la ropa del viaje por los trajes de baño. Mi padre se dirigió al agua diciéndome:
-Seguime, Héctor… ¡El agua debe estar deliciosa!
Fui atrás suyo. Ahí percibí el lunar en el talón de su pie izquierdo, redondo, de un color púrpura rojizo, como una herida a punto de cicatrizar.
Nunca antes había visto a mi papá sin pantalón largo y sin medias. El pantalón corto era cosa de chicos o de exploradores con casco de corcho. En aquella época uno se desvestía solo para dormir, para ir al cuarto de baño o en la playa. Mi padre era un hombre muy reservado. Dormía solamente con mi madre y se bañaba solo. Siempre bien vestido, lo máximo que se permitía es ponerse una "robe de chambre" y cambiarse los zapatos por unas pantuflas.
El lunar de mi padre me intrigó, pues yo tengo uno igual, en el mismo lugar.
Me quedé petrificado mirándolo. Papá se dio vuelta interrogándome con la mirada.
-¡El lunar!- Atiné a decirle casi sin voz, apuntándolo con mi mentón.  El sonrió, pensó unos segundos y me dijo:
-¡Dale, vamos…después te cuento!- Corrió y se zambulló en la primera ola que se acercaba a la playa.
Nadaba como un competidor olímpico, tenía un cuerpo muy musculoso, como el de un atleta griego. Algo de eso había, pues mi padre, Antonio Kazan, originalmente Aeneas Kazantzidis, siempre practicó deportes y además emigró de Grecia con su familia en los principios del siglo veinte.
Salimos del agua, me levantó sobre sus hombros para que no me quemara la arena caliente y corrió hasta la carpa dando terribles saltos que me aterrorizaron. .
Nos sentamos, sacudió la arena candente de sus pies y viendo que yo miraba los dos talones, el mío y el suyo, comenzó un relato corto y fascinante.
-Héctor, ese lunar en el talón  también lo tenían mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo y así sucesivamente todos nuestros ancestros.
La tradición de la familia dice que somos descendientes de Aquiles, el héroe griego de la guerra de Troya, que era invulnerable en todo su cuerpo, menos el talón.
El lunar marca su único punto vulnerable, que le permitió a Paris matarlo con una flecha envenenada. No es que seamos invulnerables como lo fue él, pero si conservamos la señal de ese punto, que de acuerdo a la leyenda familiar, es el mas débil de nuestro cuerpo.
Ahí lo interrumpí preguntándole:
-¿Pero papá, que es invulnerable y vulnerable?- Papá me respondió en un lenguaje fácil de comprender a un niño de cinco años:
- El invulnerable es una persona rodeada por un escudo mágico que no permite que ningún arma pueda herirlo, como Superman…y vulnerable, es todo lo contrario… ¿Entendés?
¡Bueno, sos muy chico ahora! Cuando crezcas estudiarás historia y mitología y te enterarás de más detalles de la historia de Aquiles. Ahora, vete a jugar con Zoe. Tu hermanita quiere construir un castillo de arena… Ve,  tajís! (Rápido en griego)
Me fui no muy convencido, quería seguir escuchando mas detalles de la historia. ¡Una leyenda familiar... ser el descendiente de un héroe, un gran guerrero...!
Me fui rezongando, pero después de hacer un hermoso castillo con conchillas como soldados y un gran caracol como rey, me olvidé del asunto. Nunca más lo mencionamos, mi padre ya falleció y ya pasaron más de cincuenta años.
Pensé haberlo olvidado completamente, pero lo recordé ayer.

A la mañana viajaba por la ruta, iba despacio porque había bancos de niebla, pero no así el conductor del camión.  El imprudente venía manejando una masa de varias toneladas a más de cien Km. por hora. En una curva, perdió el control del camión, se fue al lado contrario de la ruta, de contramano. Lo vi salir de la niebla delante mío, como un monstruo a punto de devórarme, tocando insensatamente la bocina.
Solamente recuerdo los ojos desesperados del chofer del camión, el ruido de frenos inútilmente clavados y el olor de sus cintas quemadas.
Me desperté en el hospital.
-¡Tuvo mucha suerte! - Me dijo un medico- ¡Por el estado en que quedó su automóvil, tendría que estar destrozado! Tenía solo una astilla metálica pequeñita clavada en el talón, justo en ese lunar. Sangró un poco cuando la sacamos pera ya paró.
Ni siquiera fue necesario vendarle. Le hicimos un check up completo y no tiene nada, salvo un poco de conmoción que es lo que le provocó el desmayo.
Cuando escuché lo de la astillita y donde estaba clavada, empezaron a rodar en mi cabeza las escenas de aquel día soleado, como cuando pasamos una película a mayor velocidad buscando donde la interrumpimos. De pronto aparecieron las de la historia de Aquiles. Ahí bajó la velocidad del filme, en las escenas de su único punto vulnerable y la tradición familiar de los lunares. Comencé a sudar frío, un dolor agudo me subía del talón. Pensé que podía ser una mezcla de hipocondría y autosugestión.
Levanté la sábana y miré el talón, no podía creerlo. Una línea azul subía desde el lunar por la pantorrilla, ya tenía más de cinco centímetros.
Se la mostré al médico que conversaba conmigo.
-¡No es nada, amigo, es un hematoma del golpe!
Me fijé nuevamente, la línea ya tenía más de ocho centímetros.
El dolor era agudísimo.
Le conté en pocas palabras la historia familiar del punto vulnerable de Aquiles.
Se me rió en la cara y me dijo:
-¡Descanse amigo, unos días y se pondrá bien!
Pasé varias horas de espantosos dolores, la línea creciendo. Los médicos empezaron a preocuparse y se reunieron para discutir mi caso. Nunca habían visto nada igual, ni en la realidad ni en la literatura médica.

Entré en coma... puedo pensar... puedo oír... puedo ver... pero no moverme... ni siquiera parpadear... apenas respiro con dificultad. Los médicos están a mi alrededor y no saben lo que hacer.
El médico que conversó conmigo cuenta a sus colegas la historia que le conté.
Todo se me nubla… ya no escucho...no siento nada...no veo lo que pasa a mi alrededor… solo un resplandor a lo lejos…

-¡Colegas, no se y pienso que ustedes tampoco saben de que falleció este hombre, pero propongo que le denominemos Síndrome de Aquiles!

Beer Sheva 16/6/2011


8/7/12 5:03


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