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miércoles, 28 de diciembre de 2011

El ómnibus



Fue la semana pasada, el día del cuento de Mujica Lainez ¿Se acuerdan? Al final de la clase Andrea nos pidió como consigna, que escribiésemos una anécdota cotidiana. Un cuento con un elemento fantástico o con uno real pero asombroso. ¡No se me ocurría nada!
Generalmente, al salir del Instituto Cervantes, camino unos  pocos metros y ya tengo una idea esbozada.
Como de costumbre, salí casi corriendo hasta el ¹Kikar Dizengoff para no perder el cinco que me lleva a la estación de ómnibus. Son diez minutos de viaje que me encantan, la gente sentada en los cafés tomando algo y charlando. Miro por la ventanilla y tengo la sensación que participo un poco de la bohemia de Tel Aviv.
Llegué poco después de las ocho. Detesto la mezcla de viajeros y lumpen de las estaciones pero tuve que soportarlo esperando hasta las ocho y media.
Con el motor en marcha había parado un 370, el ómnibus que me lleva a Beer Sheva. Noté que era un poco diferente de los acostumbrados, con líneas más aerodinámicas. Felicité mentalmente a la compañía por renovar la flota. Cuando subimos, el chofer nos pidió a uno por uno que usásemos el cinturón de seguridad.
-¡La compañía decidió aplicar las nuevas normas de tránsito!- Nos dijo.
Me lo puse y todos los demás también.
El ómnibus partió y me dediqué a espiar la intimidad de las casas a través de sus ventanas iluminadas.
Ya en la ruta,  saqué mi iPad, intenté escribir pero me venció la modorra y comencé a dormitar con la cara alumbrada por la pantalla.
Pasados unos minutos, no se cuantos, entre dormido percibí que no sentía la vibración ni el ruido del asfalto. Supuse que el ómnibus estaba parado.
En ese balanceo de vigilia y sueño  que tenemos cuando viajamos, venció el último y volví a dormirme.
 Pero algo me molestaba a pesar de estar dormido ¡Sentía la aceleración, inclusive muy fuerte, más de lo normal! Sobresaltado abrí los ojos, miré por la ventanilla y no vi nada.
Estaba todo obscuro.
Me quise levantar pero no pude desabrochar el cinturón, estaba trabado.
Solo cuando el ómnibus comenzó a hacer una curva sentí que se inclinaba hacia la izquierda.
Amedrentado volví a mirar hacia fuera y no pude creer lo que estaba viendo.
¡Era la costa de Tel Aviv,… volábamos sobre el Mediterráneo!
Volví mi mirada al interior.
Mi compañero de asiento dormía profundamente y a mi derecha un muchacho estaba absorto en su notepad. El resto del pasaje ¡como si estuviesen viajando en la ruta ²seis!
El ómnibus o lo que sea, volaba a una velocidad asombrosa.
Pasamos cerca de un Airbus. En una escena surrealista el chofer saludó con la mano y sus pilotos le respondieron el saludo como si fuera la cosa más normal del mundo.
Miré hacia el mar y vi un transatlántico iluminado camino a Europa.
Perdí la noción del espacio y del tiempo.
Llegamos a Grecia, a Atenas particularmente, pues vi el Partenón.
Mi " aerómnibus" había hecho un vuelo rasante sobre la ciudad.
Paseamos por toda la costa del Mediterráneo. Por último se dirigió raudamente en dirección a Italia. También pude ver el Coliseo Romano y el Vaticano porque voló bajo como en Atenas.
Ahí noté que regresábamos a Israel.
No tenía con quien conversar, mi compañero todavía estaba profundamente dormido y el del notepad seguía en los suyo.
Apoyé mi cabeza en el respaldo, estire las piernas y me agarre con fuerza de los apoya brazos esperando con incertidumbre mi destino.
La suavidad del vuelo, mi cansancio y el estado de shock, me hicieron dormitar nuevamente.
De pronto me despertó el sonido de mi celular que estaba sonando.
Atendí, era Claudia mi mujer que me preguntaba por donde andaba. Vi que pasábamos el cruce de Beit Kama.
Se lo dije.
Ahí me di cuenta que sentía nuevamente el asfalto y el ruido del viaje
-¿Que te pasa? ¡Tenés la voz rara!- Me dijo.
- ¡No, es que vengo de Europa!- Le respondí.
-¡Que!... ¿Como?- Preguntó con asombro.
-¡No, nada...bromeaba! Le contesté,  imaginando la ambulancia del psiquiátrico esperándome junto a Claudia.
-Bueno, te espero en la parada- Me respondió y cortamos.
El tipo que estaba al lado mío se despertó y miró por la ventanilla.
Pensé comentarle algo pero me pareció más saludable abstenerme.
Probé el cinturón de seguridad, estaba destrabado. El muchacho del notepad seguía escribiendo.
Miré el reloj,  había pasado poco menos  de una hora de viaje.
En esos últimos minutos que me faltaban traté de digerir lo que había ocurrido.
Llegué a la única conclusión lógica posible: había soñado, era todo demasiado ³ onírico.
Ya se veía la torre de la compañía de electricidad a la entrada de Beer Sheva.
Llegábamos, apreté la campanilla y me dirigí a la parte delantera.
El ómnibus se detuvo y se abrió la puerta.
 Antes de bajar, le dije gracias al chofer como es mi costumbre, pero sin comentarios.
Este, sonriendo de oreja a oreja, me miró unos instantes, me guiñó un ojo y me dijo:
-¡Lindo vuelo! ¿No?

Daniel Kritz, 25 de Mayo de 2011

¹Rotonda en hebreo. El Kikar Dizengoff es un punto neurálgico de Tel Aviv.
² Única autopista de pago de Israel que la recorre de norte a sur.
³Relativo a los sueños. Decir, por ejemplo, "un paisaje onírico" es sostener que ese paisaje que vemos nos recuerda imágenes de nuestros sueños, las que son casi siempre extrañas o ilógicas.
Puede, en cierto contexto, relacionarse lo onírico con el surrealismo

martes, 27 de diciembre de 2011

El zeide samuel


 

 El ¹zeide Samuel es la imagen del abuelo por antonomasia. Describirlo es exactamente lo que nos imaginamos como el viejito bueno rodeado de nietos y cariño.
Tuve la suerte de disfrutarlo durante mis primeros 15 años de vida y me gustaría que mis nietos me recordasen aunque sea un poquito, como yo lo recuerdo a el.
Bajito, pelado, una mirada risueña, vestido mas como un ²nono italiano que un zeide judío- siempre vestía cuando estaba de entre casa el pantalón apretado por el cinturón pues le faltaba inevitablemente el último botón-
De risa contagiosa, cuando contaba un cuento casi no se lo entendía pues reía mas que hablaba- Se frotaba la cara con las manos y las bajaba acercándolas al que le escuchaba, como queriendo compartir su alegría-
Lo recuerdo levantándose temprano en la casa del pueblo cuando toda la familia estaba de vacaciones, lustrando los zapatos de todos ¡más de quince pares!
No se enojaba por nada del mundo y nos tenía una paciencia sin límites.
Con Gustavo mi primo, compramos pequeñas sandías por un peso cada una y se las vendimos a sus clientes de casa en casa a cinco, ¡Flor de venta! El zeide le devolvió la plata a todos para no pasar vergüenza (nos habían comprado pensando en las penurias que pasaba Don Samuel y su familia) .Nunca nos dijo nada para que disfrutáramos del gran negocio.
Era un gran tipo, hasta para morir fue muy campechano. En su último día de vida subió al sulky con que viajaba a las quintas para vender géneros a crédito y sintió un fuerte dolor en el costado.
No se le paso, cada vez mas fuerte, se bajo y se fue a recostar pidiéndole a mi abuela que llame al médico del pueblo.
El ³ tano Vicente, su vecino y amigo, percibió que algo no andaba bien y vino a interesarse.
Entró al dormitorio de los abuelos, se acercó a la vieja cama de bronce y con la mirada le pregunto a mi zeide que pasaba.
Mi abuelo le dijo:
-         ¡Esta vez me voy para la quinta del ñato!        
-                                                                                                                              Fueron sus últimas palabras...
Daniel Kritz


¹ Zeide: Abuelito en Yiddish (Lengua de los judíos de Europa)

² Nono: Abuelito en italiano coloquial.

³ Tano: Italiano en Lunfardo (Jerga rioplatense en sudamerica)

jueves, 22 de diciembre de 2011

Sopa con ritmo





A la mañana me levanté temprano con la intención de preparar algo de comer para que mi esposa y yo llevásemos al trabajo.
Abrí la heladera para sacar los ingredientes cuando vi una fuente de comida. Me extrañó pues no la había visto a mi mujer cocinando. Puse agua para el café, dos rodajas de pan en la tostadora, la desperté y cuando se levantó le pregunte:
-¿Cuando tuviste tiempo?
-¿Tiempo de que?- Me respondió.
-¡Pues de cocinar!
Me miró con cara de no entender, entonces abrí la heladera y le mostré la comida.
-¡Me estas bromeando!- dijo y fue a lavarse.
Me quede con la puerta de la heladera abierta rascándome la cabeza y mirándola como si fuera el oráculo de Delfos.
Cerré la puerta y me dije: -¡Es un ataque de amnesia feroz o sonambulismo repentino!
A la noche de vuelta del trabajo, le pregunte a mi señora si la comida había estado rica, así quizás pisaba el palito y me confesaba la verdad.
-¡Riquísima!- me dijo. No dije nada, cociné algo, cenamos y fuimos a dormir.
A eso de las tres de la mañana me despertaron luz y ruidos que venían de la cocina. Miré a mi costado y mi cónyuge roncaba a pierna suelta.
Me levanté para investigar, y cuando llegue no pude dar crédito a lo que veía.
Una olla sobre el fuego con agua hirviendo, un cuchillo cortaba zanahorias en rodajas, y estas se levantaban e iban en fila india para saltar dentro de la cazuela.
Toda esa parafernalia la hacían con un estupendo ritmo tropical de una película de los 50's…pero no conseguía reconocer de cual se trataba.
Al lado de la tabla esperaban su turno bailando un par de papas, una batata y un puerro.
En la pileta dos choclos hacían Streep Tease al compás de la música.
El cucharón revolvía solo la sopa y cada tanto salía y daba alguna orden como un gran chef.
En un momento dado el salero salto de la repisa, hizo una reverencia, se acerco a la olla y comenzó a salar la comida.
El " chef" tomó una cuchara y probó el caldo.
-¡Suficiente!- le dijo al salero.- ¡Esta rica así!
Mientras tanto a mi no me daban ni la hora. ¡Un perfecto cero a la izquierda!
En un momento dado mi mujer se despertó un poco y me gritó:
-¡Baja el volumen de la televisión!
 El cucharón levanto la vista, pidió silencio y le dijo a la luz que se apague. Cuando estuvo oscuro el cucharón fue en puntas de pie hasta la puerta del dormitorio para ver si mi mujer se había dormido nuevamente.
Cuando Claudia se durmió el cucharón volvió, le dijo a la luz que se encendiese nuevamente y al cuchillo que siga cortando. Ahí la fila continuó su danza hacia la olla.
Las verduras bailando, cantando y zambulléndose y el cuchillo cortando con ritmo de maracas:
¡Ta, ta, ta...tá...taaá! …x@$&X    
¡Ta, ta, ta...tá...taaá! …x@$&X    
¡Ta, ta, ta...tá...taaá! …x@$&X    
Después de cada taaá, decían algo: (x@$&X) que no entendí bien porque cantaban en tono muy bajo.
Me acerqué para escuchar mejor. El canto movedizo seguía
-¡Ta, ta, ta...tá...taaá!
Ahí, el cucharón me guiñó un ojo y cantó en vos bien alta:
- ¡Mambo!